martes, 19 de mayo de 2009

Oración Fúnebre para Tía Juana


     Tía Juana perdió la última batalla contra el cáncer hace aproximadamente cuatro meses. Tal vez esa lucha titánica que libró contra la enfermedad los últimos diez años la preparó y moldeó su carácter y su voluntad para afrontar de forma serena y valiente su marcha al valle de Josafat, como nos decía siempre. Nos dejó el pasado 13 de mayo a las diez de la mañana en la unidad de paliativos de la Residencia San Camilo de Tres Cantos. Su serenidad, fortalecida por una ironía dotada de cierto grado de acidez que la acompañó toda la vida, me recordaron siempre los últimos días de David Hume, aquel filósofo escocés del siglo XVIII, cuya muerte nos relata su amigo Adam Smith en su oración fúnebre; relato que según cuenta el economista escocés le causó “diez veces más problemas que los violentos ataques que realizó contra el sistema comercial de Gran Bretaña”.

     Las alusiones constantes de tía Juana a su llegada al valle de Josafat siempre me recordaron aquel diálogo imaginario que el propio Hume mantenía con Caronte el conductor de la barca que transportaba las almas errantes al seno de Hades. Tía Juana había nacido en Pasarilla un 7 de agosto de 1934. Muchas veces me contó su infancia y adolescencia en Pasarilla. Ella me enseñó a comer zarzamoras, una fruta del campo que me encantaba y de la que sigo disfrutando cada verano en Pasarilla. Fue en el huerto “Los Rasillos”, mientras madre cuidaba la hortaliza, ella me ofrecía las zarzamoras y yo me solté a andar para conseguirlas.

     Estaba dotada de una habilidad especial para la ironía, el humor, negro a veces, y la imitación; era capaz de reproducir la voz y los gestos de cualquiera que la cayera en gracia. En los años cuarenta los muchachos y muchachas en Pasarilla pasaban gran parte del tiempo en el campo cuidando el ganado; la vida en el campo era dura, pero nunca aburrida, y a veces hasta divertida y siempre salpicada de anécdotas y trastadas; el pobre Eugenio Titala; la cabra Cotildona que cuidaba la Elvira, el brebaje preparado a Aquilino el día de la matanza, son solo algunas de las trastadas que recordaba de su infancia y adolescencia. Aunque tuvo que vivir la mayor parte de su vida en el campo, no le gustaba en absoluto y procuró por todos los medios que sus hijos tuvieran la libertad de elegir.

      Si los ángeles conducen las almas al paraíso, estoy seguro que a tu llegada te recibirán los mártires y te llevarán a la ciudad Santa Jerusalén, y el coro de los ángeles te dará la bienvenida y con el pobre Lázaro tendrás descanso eterno, porque el piadoso Jesús, Señor del universo, te lo habrá concedido.

      Por aquí todo está bien. Descansa en paz. 
 

Victoriano Martín Martín

    Catedrático de Historia del Pensamiento Económico

    Universidad Rey Juan Carlos

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